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El mundo que anhelamos

Félix Ángel,1 2015, cerámica esmaltada, 1050 × 300 cm.
Ubicación actual: muro occidental del bloque 44 (El Ágora), campus El Volador

FAG.1.B44

 

En el 2011, el profesor de la Facultad de Arquitectura, Peter Charles Brand, propuso al entonces Vicedecano de la misma dependencia, Juan David Chávez Giraldo, analizar la posibilidad de instalar en la Sede un mural que el egresado del programa de arquitectura, el reconocido maestro Félix Ángel, quería donar a la institución. El profesor Chávez contactó al arquitecto Raúl Álvarez Mejía, encargado en Colombia de la fabricación de las piezas cerámicas para los murales del artista y quien tenía comunicación directa con él. El señor Álvarez le entregó al profesor Chávez una impresión del boceto que el maestro Ángel había hecho para su obra y con dicha imagen se inició el análisis para establecer el punto de instalación dentro del campus.

Luego de un par de reuniones entre el señor Álvarez y el profesor Chávez, así como algunas comunicaciones con el maestro Ángel, se definió que el muro sur del ala norte del bloque 19 podría ser un sitio adecuado para ubicar la obra, ya que se integraría a la plazoleta central de dicho bloque, donde estaba ubicada la Vicerrectoría y las principales dependencias administrativas de la Sede. Se hicieron las primeras consultas con la oficina de Planeación de la Sede y se inició el análisis técnico para verificar si el cerramiento tenía la capacidad portante para la instalación del mural. Después de varios conceptos y de las evaluaciones técnicas, se decidió que el muro del costado sur, aledaño a la rampa peatonal del bloque 44,conocido como El Ágora, podía ser un mejor sitio para el mural. Pasaron un par de años para este proceso y finalmente se inició la fabricación de las piezas de la obra en el 2014, en el taller Azulejos y Terracotas, dirigido por Álvarez y ubicado en ese momento en la vereda El Molino del municipio de Guarne, con base en la imagen definitiva creada por el artista. El mural está conformado por 735 baldosas de cerámica esmaltada, de las cuales 686 son de 21 × 21 centímetros y 49 tienen una dimensión de 21 × 10,5 centímetros, producidas por Luz González de Álvarez, Carolina Álvarez González y Mauricio Álvarez González con el apoyo de Andrés Torres Ortiz mediante planchas de linóleo con más de quince tonalidades.

El título de la obra expone la intención ideal que el generoso maestro tuvo en la concepción de este trabajo plástico inspirado en el estudiante universitario. Para él, el diálogo y la interacción humana son acciones básicas para el entendimiento y la cooperación en beneficio de un mundo mejor. Según el artista, el diálogo hay que promoverlo en nuestra sociedad como el elemento fundamental de cualquier tipo de acuerdo; así mismo, destaca la libertad de expresión propia de los universitarios como un factor que fortalece el carácter, promueve la amistad y contribuye a formar profesionales con espíritu ciudadano. Esta primera noción conceptual se representa en el costado izquierdo del mural con un grupo de ocho rostros que miran de izquierda a derecha a otros cuatro que dirigen su vista en sentido contrario. Las formas estilizadas y abstractas de este conjunto de personajes, delineados con trazos angulares para siluetear los rasgos que caracterizan al ser humano, están fondeadas con colores planos que dan sentido universal a los personajes en una amplia paleta simbólica que abarca los distintos tipos raciales de la especie. No hay elementos particulares para identificar las caras con géneros, geografías, nacionalidades, religiones, oficios, edades, pieles u orígenes; se trata en cambio de cabezas arquetípicas, desnudas y sin cabelleras que le permiten al espectador identificarse con cualquiera y al mismo tiempo son representaciones neutrales atemporales y aespaciales, son cualquiera y son todos. La repetición secuenciada, casi automática, de las siluetas, con ligeras variaciones en sus facciones, exhibe los atributos generales comunes de los diversos individuos para evidenciar que todos somos iguales a pesar de las diferencias, pero que al mismo tiempo todos somos irrepetibles por encima de las similitudes. Las bocas entreabiertas y con los labios separados resaltan en la composición y dejan ver los parlamentos invisibles que se cruzan vibrantes buscando la sintonía y enseñando el deseo aspiracional del entendimiento respetuoso, de la comprensión amable, de la tolerancia amistosa, que amalgama lazos de vínculos profundos. La diversidad propia del entorno universitario de la institución que alberga la pieza se refleja también en su multiplicidad figurativa, en la repetición de los componentes y personajes.

Otro tema que surge en el mural es el amor, representado por una pareja que aparece después del conjunto dialogante. Los dos personajes que lo encarnan se funden uno en el otro con un solo verde que los cubre para manifestar la integración y la compenetración espiritual; verde de estabilidad, de armonía y tranquilidad, de fertilidad, generosidad y esperanza. Como concepto global, el amor es expresión de afinidad, armonía, afecto, emoción, bondad y compasión; aquí se alude al amor romántico, ese que se experimenta en pareja y se descubre a menudo en la adolescencia y con frecuencia en los claustros universitarios; ese que nos hace altruistas, cuidadosos, comprometidos, compasivos y entregados de manera incondicional; es el amor que se vincula con la felicidad y la satisfacción tras la idealización de quien se hace objeto del sentimiento. Pero el mensaje también se extiende al amor en tanto compromiso con la vida, con la Universidad y con el país. Un hombre de mentón pronunciado, pintado de negro, cuya figura se desdobla en su réplica aurática, acompaña la pareja como guía vital; para el maestro Ángel, “es la experiencia y la prudencia”, el maestro, modelo de conocimiento, que enseña a los jóvenes que el romántico es tan solo una de las posibilidades del amor, pero que el verdadero implica alegrías y tristezas, con la única certeza de que nos hace realmente humanos cuando la ternura se nutre de razón y se pone al servicio de los otros. Un amor maduro, sabio y profundo, amplio y sin exclusiones, el que sin duda se requiere en el convulsionado panorama actual.

En el extremo derecho de la obra, la paloma, símbolo ineluctable de la paz. Como ocurre con los demás elementos del muro, la multiplicación de líneas, contornos y planos de color, enfatizan el mensaje y subrayan literalmente la intención conceptual del trabajo estético. Como lo dice el autor: “tenemos que hacer de la paz un estado mental”. Con el ramito de olivo en su pico, remite al relato bíblico del diluvio universal en señal de calma después de la catástrofe y acude a la mitología griega como mascota de Afrodita, diosa del amor. Difundido ampliamente como símbolo universal de la paz después de la Segunda Guerra Mundial, debe especialmente su reconocimiento a los dibujos del pintor español Pablo Picasso, particularmente al que sirvió para ilustrar el cartel del Congreso Mundial por la Paz de 1949. Dos rostros de menor dimensión, cortados por la línea basal de la pintura, se ubican en el mismo costado de las palomas y adquieren el azul grisáceo de una de ellas, típico del plumaje de la especie doméstica, como réplica intencionada del propósito y la voluntad de hacerse instrumentos de pacificación y equilibrio social. Las otras dos colúmbidas, de rosa claro, son mensajeras de candor e inocencia en su afán contributivo de la utopía existencial.

En la abstracción neofigurativa de los perfiles del muro es posible encontrar la imagen certera del canon clásico de la antigüedad griega, ver la estilizada composición que el escultor italiano Amadeo Modigliani usaba en sus elegantes cabezas esculpidas en piedra caliza a principios del siglo XX y observar reminiscencias de Desnudo bajando una escalera n.°2, óleo moderno clásico del francés Marcel Duchamp fechado en 1912, gracias a la superposición de planos y la repetición de las líneas de contorno de las figuras que componen la obra y que transmiten la dinámica del movimiento registrando distintos instantes de un cuerpo que se desplaza en el espacio. También puede evidenciarse cierta similitud con algunos retratos del pintor británico Francis Bacon que multiplican los trazos de sus rostros como señal enfática de los rasgos y órganos faciales. De similar manera, en la caligrafía de los personajes de Ángel, en este trabajo se encuentran ecos de las caras pop retomadas por artistas como el estadounidense Roy Lichtenstein a mediados de la década de los ochenta. No son casuales estas similitudes, el profundo conocimiento de la historia del arte que tiene el maestro Félix es soporte vigoroso de su amplia producción plástica.

Siendo Vicerrector de la Sede el profesor John William Branch Bedoya, el mural se inauguró en junio del 2015 con la presencia de su autor, el maestro Félix Alberto Ángel Gómez, una de las figuras más destacadas de la generación de los llamados “once antioqueños”,distinguido con varios premios nacionales e internacionales, cuya obra hace parte de la colección de diversos museos en varios países, quien vive desde 1977 en la ciudad de Washington, donde además de trabajar en su reconocida producción plástica y literaria ha desempeñado algunos cargos de importancia mayúscula en el mundo del arte y la cultura.


1 Félix Alberto Ángel Gómez (Medellín, Colombia, 1949-v.). Arquitecto, artista, curador, escritor, editor y gestor cultural. Ex Comisionado de Artes y Humanidades para Washington y director del Centro Cultural del Banco Interamericano de Desarrollo en la misma ciudad. Editor colaborador del Manual de estudios latinoamericanos coordinado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Ha participado en incontables exposiciones individuales y colectivas, ferias y bienales en América y Europa, donde su obra hace parte de las colecciones de varios museos y centros culturales. Ha recibido diversos premios y reconocimientos nacionales e internacionales.

2 El nombre surgió a partir de una exposición realizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 1975, con la participación de Humberto Pérez, Rodrigo Callejas, John Castles, Marta Elena Vélez, Hugo Zapata, Álvaro Marín, Oscar Jaramillo, Juan Camilo Uribe, Javier Restrepo, Dora Ramírez y Félix Ángel, todos antioqueños, quienes renovaron el panorama artístico regional de la primera mitad del siglo después de las Bienales de Arte de Coltejer (1968, 1970 y 1972).