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Tierra caliente

Federico Londoño,1 1994, óleo sobre tela, 91,5 × 189 cm
Ubicación actual: Vicerrectoría de la Sede, bloque 41, campus El Volador 

FAG.1.B44

En este detalle paisajístico se siente la humedad y el calor del trópico ardiente; es la selva virgen que esconde todos sus secretos milenarios, historias antiguas de evolución, supervivencia y disputa de especies. Aquí se manifiesta la Naturaleza en su esplendor vital, especialmente la espesa vegetación que se esfuerza por ascender para captar la luz solar atisbada en las alturas. La savia invisible que recorre las venas de los matorrales, el monte y la arboleda, parece escurrirse por los trazos y las empastadas pinceladas del cuadro.

El formato vertical de la pintura enfatiza la dinámica de la acción fototrópica para lograr una doble sensación estética de estiramiento. La manigua con sus arbustos, hojas, ramas y bejucos evidencia la desordenada abundancia, la confusión intrincada de las frondas que establecen un espacio de embrujo reforzado por la oscura profundidad azulosa de la obra. La escena cortada en todos los lados brinda un fragmento de la inmensidad verde y el observador percibe así la continuidad extensa del paisaje tomado; no hay límites en ningún sentido a pesar de la condición material del soporte de la obra, por el contrario, la imaginación expande el objeto de la pintura y cobra dimensiones inconmensurables. De tal manera, se representa el dominio de lo natural sobre el territorio.

Dos troncos esbeltos emergen entre el acolchado bosque con una coloración blanquecina manchada de ocres y amarillos, que contrastan de manera contundente con los verdes y grises de la hojarasca para dar un toque de equilibrio en la paleta y para crear la sensación espacial de la profundidad y la perspectiva. Hojas pequeñas peltadas o reniformes ubicadas en la parte alta de la composición y de color amarillo indio, mostaza, ámbar y girasol hacen contrapunto a las lanceoladas y liguladas, y brindan toques de vigor en la sinfonía realista del detalle captado.

La imagen envuelve al espectador, es un primerísimo plano que alude a la experiencia de caminar entre la densa jungla tórrida que no da lugar a claros ni permite ver las copas de los árboles. Los individuos de este segundo reino natural atrapan la mirada en el óleo como lo hacen al contacto real, cuando el expedicionario se sumerge en el laberinto de la vorágine de plantas y lo arropa la confusión, el desconcierto y la desorientación, pero al mismo tiempo, cada célula reconoce los pulsos energéticos a los que estuvo sometido el ser humano por millones de años desde sus más remotos orígenes. Se alinean todos los sentidos y todos los sistemas, se recupera el concepto universal de la unidad.

Lugar de hadas y brujas, de misteriosas sombras y de intrincados y rizomáticos brotes, este paisaje de Londoño recuerda el valor de lo natural, su poder y también su fragilidad, la necesidad inexorable de su cuidado, la urgencia de modificar la actitud antropocéntrica racionalizadora, consumista e insostenible que, de manera estulta y soberbia, ha puesto al planeta al borde del colapso.


1 Federico Guillermo Londoño González (Medellín, Colombia, 1955-v.). Publicista del Instituto de Artes de Medellín, Maestro en Bellas Artes de la Academia de Bellas Artes de Florencia, Italia, Magíster en Estética de la Universidad Nacional de Colombia y Profesor Titular del mismo claustro. Expone individual y colectivamente su obra desde 1975. Ha recibido varios premios y distinciones. Su obra forma parte de colecciones privadas y museos en varios países. Ha realizado investigaciones sobre técnicas gráficas, imagen gráfica y grabado. Autor de artículos, libros y carpetas con obra gráfica.