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Playita blanca

Oskar Riaño,1 2001, acuarela, 57 × 42 cm.
Ubicación actual: Asistencia Administrativa de la Facultad de Arquitectura, bloque 24, primer piso, campus El Volador.

FAG.1.B44

 

El mar ejerce una atracción especial por diversos motivos y ha sido tema del arte plástico desde tiempos inmemoriales. La representación marítima de botes más antigua de la que se tiene conocimiento es un grabado rupestre ubicado en el parque nacional de Gobustán, en Azerbaiyán, creado por antiguos cazadores-recolectores aproximadamente entre el 5000 y el 15 000 a. de C. para plasmar una embarcación arqueada de caña con un mascarón de proa y veintiún incisiones que al parecer corresponden a los tripulantes. Barcos de vela aparecen en numerosas vasijas griegas desde el 480 a. de C., muchas de ellas asociadas a escenas mitológicas. También en mosaicos romanos se hicieron escenas marítimas y en el formidable Tapiz de Bayeux, elaborado en el siglo XI, se tejieron veleros finamente detallados. Rembrandt van Rijn, William Turner y Claude Monet figuran entre los más afamados pintores que incluyeron marítimas en su trabajo creativo.

El mar brinda un inagotable paisajismo con ricas geografías, coloridos cielos, aguas turbulentas o tranquilas, agitadas mareas o plácidos horizontes, aterradoras tempestades y violentos huracanes. Las playas son especialmente interesantes por el encantador vaivén de las olas, la atmósfera salitre, las aves que sobrevuelan y las embarcaciones atracadas, encalladas o navegando. A esto se suman las gentes que disfrutan o laboran en las costas, los niños que juegan y corren, los que contemplan el infinito y las puestas de sol o se bañan con trajes multicolores y nadan en las orillas.

En el paisaje marítimo del profesor Oskar, cinco embarcaciones artesanales protagonizan el cuadro, una de ellas, la más sencilla, una canoa pequeña de remo se posa sobre la arena a pocos pasos del pulsante líquido. Las otras cuatro, de velas, están en el agua. Una amarrada a la costa, las restantes, de mayor tamaño, están fondeadas. No hay personas, pero el tipo de navíos delata la ocupación de los marineros: pescadores. El cielo gris, la bruma que se levanta en el fondo, la quietud del mar y la ausencia de velamen enuncian la calma después de la tormenta, ese momento latente en que la naturaleza recupera el ritmo pausado de la vida costanera del trópico. Melancolía tal vez, una atmósfera apesadumbrada y mezclada con la humedad efervescente del calor que se prepara para instalarse de nuevo en el ambiente. Todo está suspendido, congelado, no hay rastro de movimiento, todo aguarda, espera, aguanta, no hay prisa; solo una gaviota rompe el silencio, pero ella también está a punto de la inmovilidad, se prepara para posarse con sigilo y suavidad sobre la canoa que aparece en primer plano.

La horizontalidad del formato se enfatiza con la composición: el piélago apaisado, las siluetas de los nubarrones y los cascos de las tres naves de mayor tamaño, casi en la misma línea, contribuyen con la intencionada estática y la aletargada dinámica. El resultado, una imagen somnolienta, imprime cierto entumecimiento en el espectador, una parálisis en la impresión sensible, un amodorrado sentimiento que se acentúa con la soledad y se inmiscuye en la intimidad de la experiencia estética que brinda la obra. Los mástiles, las crucetas, las cuerdas y los cabos dan contrapunto a la horizontalidad con sus líneas verticales, diagonales y arqueadas; pero dos contundentes diagonales son las que determinan el equilibrio espacial: la arena de la playa y el cerro que se sumerge en el océano desde el costado derecho. La línea de la arena cruza todo el paisaje en sentido descendente desde el mismo lado hacia la izquierda, de tal manera se da soporte a la obra con una ligera inestabilidad para permitir el contraste formal.

La perspectiva lineal es clave para comunicar la impresión de la profundidad; se utilizan cuatro planos pictóricos fundamentales para lograr la ilusión visual: la playa, el bote amarrado, los tres barcos fondeados y el cerro cubierto de oscura vegetación. El punto de vista frontal, la línea del horizonte y un punto de fuga central constituyen los elementos matemáticos de la estructura atmosférica para lograr una estampa realista que incorpora la cuarta dimensión capturando el instante elegido en este paraje del caribe colombiano. La técnica es precisa para plasmar el momento, las veladuras de la acuarela favorecen el realismo de la pintura especialmente en los efectos celestes, del arenal, de la transparencia del ponto y la luz difusa que envuelve el lugar. La paleta gris, casi monocromática, elegida para la obra, refuerza el sentido del mensaje y subraya la noción temática del motivo.


1Oskar Riaño Montoya (Armenia, Colombia, 1956-v.). Arquitecto, Magíster en Construcción. Profesor Asociado de la Escuela de Medios de Representación de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Su actividad pedagógica se ha centrado en el área del dibujo y los medios de representación